Desde que era un niño en Ciudad Real, siempre supe que el deporte sería una parte fundamental de mi vida. Mi pasión por el balonmano comenzó en los patios del colegio con los Marianistas, donde formamos un equipo formidable. Fue una época inocente, llena de victorias y aprendizajes, aunque nunca imaginé que el balonmano se convertiría en mi profesión.

A los 18 años, mientras estudiaba Magisterio, el balonmano seguía siendo mi gran pasión. No solo era un juego para mí; era una forma de vida. En la universidad, mi dedicación al deporte se intensificó, y pronto me vi inmerso en el mundo profesional del balonmano.

Recuerdo con cariño mi primera experiencia en División de Honor con el CN Helios en Zaragoza. Fue un tiempo mágico, lleno de goles y alegrías. Pero mi mirada siempre estuvo en Madrid, y pronto tuve la oportunidad de jugar en equipos de renombre como el Atlético de Madrid. Cada equipo, cada entrenador, cada compañero de equipo dejó una marca imborrable en mi corazón.

Mi tiempo en el Barcelona fue especial. Bajo la dirección de Miguel Roca, aprendí lo que significaba ser parte de un equipo de élite, compartiendo vestuario con figuras como Patxi Pagoaga, Valero Rivera y Juan Francisco Muñoz Melo. Ganar una liga y una copa con ellos fue un sueño hecho realidad.

Más tarde, en el Atlético, bajo la tutela de Juan de Dios Román, experimenté uno de los momentos más gratificantes de mi carrera. Fue un tiempo de crecimiento personal y profesional, donde mi enfoque en el deporte sano y la dedicación total al juego ayudaron a transformar el equipo.

Pero mi carrera no fue solo sobre victorias y títulos. Aprendí el valor de la derrota y cómo forjar el carácter. Como educador, siempre he tratado de transmitir estos valores a mis alumnos. Ser profesor de Educación Física y luego catedrático no fue solo un trabajo, fue una oportunidad para impactar vidas, inculcando la importancia del esfuerzo, la disciplina y el trabajo en equipo.

En mi etapa como entrenador, pude compartir mi experiencia y conocimientos con la siguiente generación de jugadores. Mi paso por equipos como el Caserío Vigón de Ciudad Real y la selección nacional junior fue una nueva forma de vivir mi pasión por el balonmano.

A lo largo de los años, he tenido el honor de recibir reconocimientos y medallas, pero lo que realmente atesoro son los momentos vividos, las amistades forjadas y las lecciones aprendidas en las canchas de balonmano. Cada partido, cada entrenamiento, cada viaje ha sido un capítulo de una historia que siempre llevaré conmigo.

Al reflexionar sobre mi carrera, me doy cuenta de que el balonmano ha sido mucho más que un deporte para mí. Ha sido una aventura, un camino de autodescubrimiento, y sobre todo, una fuente de alegría inmensurable.